Tres días antes de los idus de octubre del año de Quinto Elio Tuberón, se organizó en Nova Tiberias una gran fiesta para honrar a las luminarias discretivas. El ciudadano corriente jamás alcanzaría a describir de forma explícita el origen de estas luces etéreas, inconstantes y enigmáticas. Su naturaleza, propósito y misión permanecen desconocidos para el común de los mortales. Es por ello que el edil ordenó prontamente una investigación.
Curiosa forma de actuar. Por una parte la magistratura de la ciudad honraba a las luminarias y por la otra, investigaba su origen y propósito. Tanto Cayo Marcelo como Lucio Hispano, caballeros encargados de llevar a cabo la investigación, de probada experiencia en armas y letras, aceptaron alegremente el encargo y no les importó en absoluto que se usara aquél fenómeno de la naturaleza como excusa para hacer una fiesta.
Lucio y Cayo comenzaron por obtener diferentes tomas diurnas y nocturnas en máquinas fotográficas. Ordenaron a algunos de sus clientes tomar nota de la posición del conjunto de luces y, finalmente, en las calendas de noviembre decidieron elaborar un informe pormenorizado y presentarlo ante la academia. Los datos recogidos no sirvieron para sacar ninguna conclusión.
Se decidió experimentar el efecto de un contacto directo con las luminarias para saber si había un elemento sólido que las originaba. Así, se lanzaron varias faláricas íberas y astiocos. El resultado fue el peor de los posibles: no hubo ningún resultado. Los proyectiles atravesaron en varias ocasiones las luces.
Pasó el tiempo y ninguna hipótesis de trabajo era útil o dejaba satisfechos a Lucio o a Cayo. ¿Acaso debieran guardar el expediente del caso en el sótano de la biblioteca municipal? Parece que no, ahora que contamos con un nuevo producto del ingenio romano: el aerostato.
Nos acercaremos a esas luces.
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